Sin razón se quejan los hombres de su propia naturaleza deplorando que, al ser débil y de corta duración, se rige más por el azar que por las dotes de cada uno. Pero, pensándolo bien, resultará que, por el contrario, no hay nada mayor ni más excelente, y que lo que a la naturaleza le falta es la diligencia de los hombres más que el vigor o el tiempo necesario. Es el Espíritu el que guía y gobierna la vida de los mortales. Este, cuando trata de alcanzar la gloria por la senda de la virtud, se muestra extraordinariamente poderoso, capaz e ilustre, y no necesita de la fortuna, puesto que está no puede dar ni arrebatar a nadie la honradez, la diligencia ni las demás buenas cualidades. Pero sí, seducido por ciegas pasiones, se pierde en la pereza o en los placeres de los sentidos, después de gozar algún tiempo de una pasión perniciosa, al malgastar en la inercia las energías, el tiempo y la inteligencia, sale a relucir la debilidad de la naturaleza. Los propios responsables atribuyen a las circunstancias una culpa que es suya. Pues si los hombres tuviesen tanto desvelo por los auténticos vienes como empeño pone en alcanzar las cosas ajenas y nada provechosas e, incluso, muchas veces peligrosas y funestas, mandarían sobre las circunstancias en vez de ser juguetes de ellas y llegaría a tal punto de grandeza que, en vez de a mortales, serían eternos por la gloria.
Fragmento "La guerra de Yugurta" Salustio
martes, 10 de octubre de 2017
domingo, 8 de octubre de 2017
Nada hay más doloroso para la mente humana que la mortal quietud del alma y la certidumbre que sigue a una rápida sucesión de hechos que priva al Espíritu de esperanzas y de temores.
Lloraba con amargura entonces deseoso de que la paz volviera a mi espíritu para permitirme ofrecerles consuelo y felicidad. Era imposible...El remordimiento ahogaba las esperanzas. Era el creador de un peligro eterno y vivía en el temor de que el monstruo, fruto de mis esfuerzos, cometiera un nuevo crimen.
Fragmento del libro "Frankenstein o el moderno Prometeo" M. Shelley
Lloraba con amargura entonces deseoso de que la paz volviera a mi espíritu para permitirme ofrecerles consuelo y felicidad. Era imposible...El remordimiento ahogaba las esperanzas. Era el creador de un peligro eterno y vivía en el temor de que el monstruo, fruto de mis esfuerzos, cometiera un nuevo crimen.
Fragmento del libro "Frankenstein o el moderno Prometeo" M. Shelley
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